SEGUNDO CAPÍTULO
“Cuestionarse por dónde caminas”
El temor te ciega a ver la verdad,
ser sumiso te encierra en la mierda que los demás han
creado para ti.
Los cultos manejan cómo, cuándo y qué respiras.
El
silencio penetrante que lo acaecido parecía haber traído, terminó de la misma abrupta manera en que había comenzado,
llegando entonces los ensordecedores gritos masculinos cercanos a Nara. Todo se
volvió un caos, mientras sus ojos seguían completamente unidos a aquel jade
exquisito que tenía frente a sí; sintiendo cómo su respiración se volvía
irregular y su estómago dolía como si por él se revolcasen una docena de
gusanos.
Pasos interrumpieron entonces su contemplación
de aquellos atrayentes ojos jade; Damon se acercaba a ellos mientras el
forastero se levantaba con cuidado, estirándole la mano para ayudarla a alzarse.
Nara miró su mano pensativa, sabía que sólo era un acto de empatía y
caballerosidad el querer levantarla, pero para ella había en ese gesto un algo
oculto, una razón mucho más profunda que hacía que los gusanos revolotearan
como si su estómago fuese un barrial.
Finalmente
aceptó la oferta del forastero sin poder despegarse de sus ojos, al tiempo que
Damon llegaba hasta ellos con la respiración entrecortada y su expresión llena
de temor.
—¡Te
dije que no debías meterte en cosas de hombres! —la reprendió Damon mirándola
con expresión de reproche.
Nara
no pudo más que abrir sus ojos de par en par, mirando a su amigo como si éste
estuviese loco. Él jamás la había tratado como a una mujer débil, como el resto
de los hombres en La Sociedad lo hacía, así que sus palabras no hacían más que
sorprenderla y cegarla de rabia.
—¡No
soy una niña para hacer todo lo que me mandes! —gritó sintiendo su rostro
volverse rojo de ira, mientras veía a los otros hombres acercarse a ella y un
grupo de ellos continuaba tratando en extinguir el fuego.
Vio
a Damon apretar las manos con rabia, mientras sus ojos se dirigían al
forastero. Nara no pudo evitar mirarlo también, sintiéndose evidente cuando sus
miradas se cruzaron el forma incomoda pero electrizante.
—¿Quién
eres? —interrogó Damon acercándose a él cauteloso.
Nara
fingió enfado para también acercarse al forastero, quería mirar su cincelado
rostro con detalle, y ahogarse en sus verdes ojos jade.
—Puedes
dar las gracias primero —Las palabras del forastero fueron calcadas a las que
ella estaba a punto de decirle a Damon—. Pero si estás tan preocupado por cómo
me llamo, mi nombre es Iker, pero te digo aquí y ahora que no soy de esos.
La
risa escapó de Nara sin poder evitarlo, mientras el rojo invadía el rostro de
Damon por la rabia y le lanzaba a ella la peor de sus miradas.
—¡Nara!
—la voz de sus padre acalló cualquier risa que hubiese salido de su boca.
Nara
veía a su padre caminando hacia ellos, mientras los hombres trataban de
extinguir el fuego y otros tantos miraban a Nara con preocupación, una que ella
sabía era sólo por su padre, una de las cabezas del consejo.
Cuando
su padre al fin estuvo frente a ella sus ojos irradiaban ira, al tiempo que su
boca se despegaba para decir:
—¡¿Qué
no entiendes que hay cosas que sólo los hombres podemos hacer dentro de La
Sociedad?! —El silencio se volvió más penetrante, mientras el ruido del
crepitar del fuego era lo único presente.
Nara
no podía responder a su padre como lo había hecho con Damon, si cometía ese
error podía terminar castigada en alguna de las celdas de La Sociedad. Así que
simplemente agachó la mirada y guardándose sus pensamientos dijo:
—Lo
siento, sólo me asusté por el bosque —sabía que si la descubrían en la mentira
su castigo sería mucho peor que por responderle de mala forma a su padre, pero
arriesgarse a decir que quería sentirse útil no era opción.
—¡Y
con eso lograste ocasionarnos problemas! —La voz de su padre resaltaba por
sobre el caminar de los hombres que terminaban de apagar las llamas— Si no
fuera por… —Los ojos de sus padre miraron al forastero con expresión de
interrogatorio y enfadada, él odiaba no saberlo todo dentro de La Sociedad, y
la llegada repentina de ese hombre no era más que un dolor en el culo para él.
—Iker
—Aclaró él joven volviendo a repetir su nombre, al tiempo que Nara volvía a
sentir su pecho apretado ante el sonido de este, más si era pronunciado por su
galante voz.
—¡Si
no fuera por Iker estoy seguro que estarías muerta!
—¡y
eso te molestaría mucho! ¿No? —la ironía en su voz era evidente, tanto que su
padre la miró con aquellos ojos que indicaban lo único que podía pasar por su
atrevimiento…
La
mano de su padre azotó su rostro con fuerza, sentido la piel sonar como si de
goma se tratase y arder como si fuego recorriera su mejilla. Lágrimas rebeldes
trataron de escapar de sus ojos, pero Nara las retuvo cuanto pudo, estando
segura que la humedad en su mirada no pasaría desaperciba.
—Ve
a casa Nara.
Su
padre no necesitó terminar la frese cuando Nara ya corría lejos de ahí,
sintiendo como la vergüenza la invadía. Había sido golpeada frente a todos los
hombres de La Sociedad, incluido Damon, y como si eso fuera poco, el
espectáculo lo había presenciado también un desconocido, uno que producía en
Nara más incomodidad que todos los demás espectadores de su desgracia.
*
* *
Las
lágrimas invadieron su rostro por completo al momento en que entró en la casa.
Edith ya estaba dentro, sentada en el sofá con su tejido encima, moviendo los
palillos de manera incansable. Cuando ella la vio entrar se levantó tan rápido
como si de una madre se tratase, corriendo hacia ella con los brazos abiertos
listas para consolarla.
—Sabía
que padre te regañaría por ir al incendio —susurró Edith acariciando su cabello
con suavidad—. Sé que te gusta seguir a los hombres en todo lo que puedes, pero
tienes que entender que hay cosas que ellos pueden hacer y nosotras no, dentro
de este lugar nosotras somos sólo una raza esclava para ellos.
Nara
apretó las manos ante la resignación de su hermana. No era que ella no supiese
que las cosas eran así dentro de La Sociedad, sino que siempre había tenido la
secreta esperanza de revelarse ante esta situación y conseguir para las mujeres
la libertad de decidir qué hacer de sus vidas.
—No
es justo —dijo sintiendo dolor en sus palmas de tanto apretar—. Yo sólo quería
ayudar.
—Lo
sé —las caricias de su hermana se hicieron más dulces—. Pero ahora debes
comprender que sólo nos tenemos la una a la otra frente a padre, así que si
quieres ser fuerte y no sentirte inútil, puedes cuidarme. Yo no soy tan fuerte
como tú.
Nara
miró a su hermana aun con los ojos llorosos, ella sonreía de oreja a oreja,
mirándola a los ojos con su característica paz.
Sí,
ella tenía razón, ahora sólo se tenían la una a la otra y de ambas, ella era la
más fuerte, la que debía protegerlas de su padre y del horror que La Sociedad
de la Luna de Fuego escondía.
Entonces
la valentía que había llegado a su mente
se fue, reemplazándola por la imagen de los ojos del forastero y la vergüenza
que había sentido al ser regañada frente
a él.
La
puerta se abrió en ese momento, interrumpiendo su conversación con un violento
sonido que no dejaba indiferente ante la llegada de su padre.
Ambas
se voltearon listas para recibirlo con el característico saludo que las mujeres
debían hacer ante los patriarcas de la casa. Pero cuando estaba a punto de
reverenciar y pronuncias palabras, la mirada de Nara –y estaba asegura que la
de su hermana también–, se fue directo a la presencia gallarda de Iker.
Él
las miraba con ojos expectantes, mientras una sonrisa coronaba su rostro,
haciéndolo parecer seguro de sí mismo, aun cuando en aquel lugar era un
completo extraño.
—¡¿Qué
esperan?! —gritó su padre de repente— ¡Saluden al invitado!
Nara
sintió sus manos apretarse al ver a Edith reverenciar a Iker mientras éste la
miraba incrédulo. Así era su hermana, sumisa y obediente ante su padre, pero
Nara jamás había sido así, ella no creía en la filosofía de La Sociedad, en que
las mujeres no eran más que un objeto que cumplía todos los deseos de los
hombres.
Aun
así cuando miró los ojos de Iker parecía como si él la desafiara a desobedecer
a su padre, pero… ¿ser su salvador no le daba ya el merecimiento de su
reverencia? Si tuviese que decidir a quién reverenciar, Nara definitivamente
escogería a Iker, él la había salvado del incendio sin hacerla sentir débil,
aunque eso sonase extraño.
Entonces
una pequeña sonrisa se escapó de sus labios, dejando a su cuerpo moverse en la
primera reverencia que hacía sin sentirse mal por ello.
Cuando
volvió a erguir su cabeza, miró directo a los ojos de Iker; él parecía
sorprendido, pero al mismo tiempo una sonrisa torcida y victoriosa se formaba
en su grácil rostro.
Su
pecho se oprimió. Se había equivocado con él, aquella expresión le decía que no
era muy diferente a los otros hombres que vivían dentro de La Sociedad, un
machista autoritario.
—Padre
—escuchó a Edith decir. Sabía muy bien que ella lo estaba reverenciando con
toda la sumisión que parecía haber aprendido de su madre. Ambas eran iguales,
cortadas con la misma tijera, tanto física, como psicológicamente; siempre
asumiendo que los hombres tenían la razón, siempre dejando que ellos hicieran
el trabajo por ellas.
Su
hermana y su madre parecían haber heredado de su abuela una belleza innata,
caucásica, ambas de cabellos dorados, casi platinos, con unos ojos azules que
parecían ser piedras preciosas; esbeltas y altas como ninfas, con una elegancia
propia y natural, una que Nara parecía no haber adquirido. Estaba segura que su
cabello rojizo era el mismo de su padre antes de que el suyo se volviese cano,
y que su estatura normal no era otra cosa que la que hubiese tenido su padre de
ser una chica, con aquella complexión tosca, casi masculina, que le daba la
fuerza que no podía usar en la sociedad. En resumen, en ella no había nada que
llámasela atención de un hombre.
Nara
salió de sus pensamientos, viendo el rostro de enfado de su padre a la espera
de la reverencia que ella le debía. Sus manos se apretaron en puños, mientras
su cabeza volvía a bajar, al tiempo que saludaba como su hermana lo había hecho.
—Bien
—su padre caminó con Iker siguiéndole los pasos, sentándose ambos en los
sillones más cómodos de la sala de estar— ¡¿Qué esperas Edith?! Tráenos algo
de beber niña.
Vio
a Edith correr a la cocina, escuchándola rebuscar en los muebles, sacando vasos
y una botella de lo que Nara estaba segura era whisky, para luego reaparecer
con todo en una bandeja y comenzar a servirles a ambos.
Nara
no se sentó, las mujeres no podía hacerlo a menos que un hombre les diese
permiso de hacerlo y nadie en esa habitación les había dicho que se sentasen,
así que cuando Edith terminó de servir se paró a su lado en silencio.
—Iker
viene desde una comunidad hermana —comenzó a explicar su padre mientras ambas
los miraban paradas junto a la mesita de centro—. Él se quedará con nosotros
por un tiempo, en nuestra casa. Él es el hijo del patriarca de la comunidad de
la que les hablo, así que debemos cuidar de él como si fuera un hijo mío.
Nara
miró por enésima vez a Iker, aquella prestancia suya dada por la altura y por
la manera grácil de su rostro un seguía en él, mientras escuchaba atentamente
las palabras de su padre.
—Como
sólo tenemos tres habitaciones Nara deberá compartir su habitación con él —Continuó
su padre, al tiempo que los ojos de Nara se abrían de par en par al pensar en
ella durmiendo en la misma habitación que un hombre. Aquello en la sociedad era
impensable, al punto de ser pecado el sólo hecho de estar a solas con un hombre
por más de un minuto—. No te preocupes Nara, el consejo ya lo habló y creen que
debido a la muerte de tu madre lo mejor es que duermas con compañía y confiamos
en que Iker no te tocará un pelo.
Vio
a su padre mirar a Iker con expresión desafiante, al tiempo que éste asentía
con expresión respetuosa.
*
* *
Había
viajado miles de kilómetros, en barco, en tren y en los prohibidos buses. No
sabía por qué había escapado de La sociedad de los Ríos de Luna, pero aun así
lo había hecho, dejando a su hermano Zatho con toda la responsabilidad de
asumir la inestabilidad de su pueblo luego de la muerte del patriarca, su
padre.
Pero
su viaje comenzaba a tener más sentido, ahora, sentado en ese cómodo sillón
bebiendo ese whisky junto a ese extraño patriarca de La Sociedad de la Luna de
Fuego. Pero no era ese hombre el que le daba sentido a su viaje, tampoco lo era
estar en una de las primeras sociedades que su gente había iniciado; era la
presencia de aquella pequeña y arrebatadora muchacha parada junto a su muy
diferente hermana.
La
chica en cuestión tenía unos hermosos ojos grises casi plateados, tan
penetrantes que por poco le revelaban cada uno de sus pensamientos, como la
sorpresa que mostraban en ese momento; su cabello, ondas preciosas y rojas,
como llamas violentas al viento, cayendo directamente a sus voluptuoso y
atrayentes pechos que coronaban aquella figura grácil pero fuerte.
—¡¿Por
qué?! —la escuchó decir con su elegante voz al escuchar que dormirían en la
misma habitación— El consejo jamás había aceptado algo así ¿Por qué ahora sí?
—Eso
no te incumbe Nara —la voz del patriarca mostró la autoridad que tenían los
hombres frente a la mujeres en ese lugar, la misma que se veía en el terreno
del que había escapado—. Además, como he dicho, confiamos en que Iker te
respetará como la hija del patriarca.
La
cara de Nara mostraba aun recelo ante la situación, pero se guardó sus palabras
como sentía que siempre lo hacía, viendo como su padre terminaba su whisky de
un trago, parándose sin despedirse, para retirarse a la que sabía debía ser su
habitación.
En
silencio, Iker miró a las dos chicas paradas frente a él, ambas lo miraban
intrigadas, como esperando a que él hiciese algo, y así fue.
—Creo
que debemos hacer lo mismo e irnos a dormir —dijo mirando a las chicas y
esperando a ver su reacción.
Ambas
comenzaron a salir de la habitación sin mediar palabra, era como si con lo
dicho les hubiese dado permiso de retirarse a sus aposentos.
Iker
siguió los pasos de Nara, saliendo por la parte trasera de la casa y caminando
por el oscuro jardín posterior. Ella avanzaba en silencio por un estrecho
sendero rodeado de plantas, hasta que llegaron a un pequeño cuarto en lo que
parecía ser el final del terreno.
Nara
abrió la puerta con una llave que sacó de su bolsillo, dejándole el paso libre
como sabía su padre le había enseñado. De mala gana entró él primero, odiaba
esas cosas de Las Sociedades, pero así era y no quería traerle problemas a la
chica.
Una
vez adentro se fijó en la habitación, había dos camas, ambas completamente
armadas, con colchas color chocolate y un montón de cojines verde esmeralda; un
pequeño mueble se ubicaba entre los catres, y dos más a los pies de estos, algo
más grandes y evidentemente para la ropa, el resto era sólo estériles paredes
blancas, no había afiches –aunque la sociedad no los permitía–, ni muñecos,
nada que identificase la personalidad de la chica que dormía ahí todas las
noches.
—Bonito
—comentó volteándose para verla cerrar nuevamente la puerta con llave—. No creo
que sea bueno dejar cerrado con llave, a tu padre no le gustará.
—Él
confía más en ti que en nosotras —Nara arrugó el rostro, como si estuviese
enfada o con dolor, seguramente imitando a su padre—. “confiamos en que Iker no
te tocará un pelo.”
No
pudo evitar la risa que se presentó en sus labios, su imitación era fantástica.
Pero supo por su rostro que reír había sido un error. Nara lo miraba entre
asustada y sorprendida, como si esperase más una reprimenda que su risa.
—¿Crees
que aceptaré las reglas de tu padre? —le dijo buscando cambiar su expresión, y
así fue, había confusión en su rostro.
Se
acercó a ella lentamente, no lo hacía sólo por molestarla un rato, sino porque
así lo quería. Sentir su olor cuando la había salvado del incendio lo había
llevado a un éxtasis infinito, uno que quería volver a vivir.
La
vio alejarse de sus pasos, hasta topar con los enormes muebles a los pies de la
cama. Pero Iker no pararía, necesitaba sentir su aroma, deleitarse con aquel
olor a vainilla suave.
*
* *
Sus
ojos Jade estaban justo frente a los propios, su respiración le acariciaba la
piel como seda, mientras Nara sentía sus vellos de la nuca erizarse con la
electricidad que su cercanía le producía.
El
olor a menta llegó a sus fosas nasales, deleitándolas al punto de hacerla
sentir como su cuerpo se atraía al de iker.
Un
suspiro se escapó de sus labios, sin que pudiese manejarlo. Cerró los ojos
dejando que el olor de Iker actuase en su cuerpo, mientras sentía su
respiración avanzar con un roce exquisito por su cuello.
—No
creo que cumpla con las órdenes del patriarca —susurró él en su oído,
produciendo en el corazón de Nara un golpeteó que aumentaba en forma constante,
al igual que su irregular respiración.
2 comentarios:
Hola guapa!, que bien que quieras formar parte del club!, eso me hace mucha ilusión, jejeje
Y como no, acabo de preparte la ficha de socia >.< Decirte que la misma será publicada el día 23, hasta entonces, te deseo un buen fin de semana, muak!
Pd: Como prácticamente, te puedes considerar ya socia del club, si quieres, puedes hacerte con la insignia k te identificará como tal. También, si te apetece, puedes realizar la entrevista que tengo preparada para las nuevas integrantes. Encontrarás ambas cosas en el margen derecho del blog.
Saludos y hasta otra!
¡Buenas! Te ví comentando en mi blog y, bueno, me gusta bastante tu historia así que la seguiré leyendo :)
Unbeso!
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